jueves, 6 de diciembre de 2012

Las cuatro estaciones - 7ª parte - Otoño (4ª parte) - Mis nubes azules - Noche de miedo.




LAS CUATRO ESTACIONES

7ª parte


XIII

Mis nubes azules


Aquellos días transcurrían lentos, sólidos; el tiempo parecía infinito. Llenábamos las horas libres con juegos improvisados.

Junto al campo de fútbol, habían unos cañares del que salía un camino que bordeando el río Júcar nos introducía en un terreno que nos permitía jugar a las guerras, el escondite… Allí nos reuníamos niñas y niños para jugar.

A veces, prefería tumbarme boca arriba sobre la hierba, que aun siendo mediodía permanecía húmeda tras el rocío de la noche  y mirar al cielo en busca de nubes.

Atentamente observaba todas y cada una de ellas, que majestuosas desfilaban por encima de mi cabeza, mis nubes azules.

Siempre me ha fascinado la Naturaleza; siempre ha llamado poderosamente mi atención, vivir en el Salto de Millares era casi imposible no disfrutar y amarla.

Me gustaba tanto descubrir la magia que ante mis ávidos ojos, me ofrecía el cielo.

No solo disfrutaba descubriendo imágenes entre las nubes, luego ya acostado en mi cama, inventaba cuentos e historias, donde los principales protagonistas eran las figuras que ese día había descubierto.

Aunque a simple vista fuesen vaporosas masas amorfas, a medida que se desplazaban, adquirían sorprendentes formas, que utilizando mi imaginación, adivinaba.

Intentaba imaginar cómo se verían las casas desde allá arriba; pensaba que sería estupendo poder volar, y surcar los vientos, llegar hasta las nubes, y pasar a través de ellas.

Así descubría enormes y alados dragones de pequeñas patas y orejas, gigantescas mariposas de hermosas y descomunales alas desplegadas al viento, terroríficos perfiles de ogros con grandes barbas, enormes narices y pobladas cejas, perros que con desdibujadas patas, corrían tras imaginarias presas…

A veces, no sé si debido a mi imaginación, o era simplemente casualidad, solo acertaba a ver figuras de pájaros; destartalados, diminutos, con desorbitados ojos, minúsculos picos, colosales alas y colas abiertas en forma de abanicos.

Me parecía increíble lo que mis ojos estaban contemplando, ahora, ya no invento historias fantásticas, a pesar de que el Cielo sigue siendo Mágico.

Cuantas cosas puedo contar de mi infancia, de mis amigos, de los vecinos, de las costumbres de la época, que no tienen nada que ver con los días actuales, ¿cómo en tan poco tiempo la sociedad ha cambiado tanto?,  no tiene nada que ver con aquellos años 50/60 que viví, a veces miro a mis hijos y nietos creo que he pertenecido a dos mundos completamente distintos, donde las costumbres, los valores, el respeto y demás cosas han cambiado tanto, casi diría yo que tienen otras señas de identidad, tan válidas como los de antaño.

Hoy en día todo eso ha cambiado, cada uno vive en su casa y no tienes relación con los vecinos. En mi caso vivo en un edificio de siete plantas, con ocho viviendas cada una, lo cual hacen cincuenta y seis vecinos (y a muchos de ellos ni los conozco), y nos limitamos a darnos los buenos días.

¡Me sentía tan insignificante!, todo mi mundo se había quedado dormido en la casa que me vio crecer, ¿y sus gentes? ellas también se quedaron entremezcladas en mis añoranzas de niño.



XIV

Noche de miedo

Aquella noche de otoño llovía terriblemente, me asomé a la ventana y la lluvia formaba una cortina de agua; apoyé mi boca en el cristal y se empañó de inmediato, en ese momento me centré en la forma de mi boca que se quedó dibujada en el vidrio, de igual manera dibuje con el dedo algunas figuras que también se quedaron impresas en el cristal, esta actividad me tenía distraído hasta que de pronto, mi habitación se ilumino completamente, quedé absorto por aquella luz que había venido de la nada; me devolvió a la realidad un estruendo terrible, di un salto y de inmediato me sumergí entre las sábanas de mi cama tapándome hasta la cabeza.

En aquellos días tenía siete años, no era un niño muy atrevido durante el día, pero ante mis amigos, intentaba ser valiente y dispuesto. Sin embargo en el silencio y la oscuridad de la noche, mi pequeño cuerpo temblaba de miedo; con el tiempo supe que a esto se le llamaba “terrores nocturnos” y algunos niños lo sufren, padeciendo sobremanera noches de terror, pesadillas y angustia, así me pasé muchas noches, viviendo un miedo irracional, ese miedo a no se sabe qué, pero que asusta terriblemente a los infantes que lo padecen.

Siguiendo con la noche de tormenta, una vez protegido entre las sábanas, me sentía seguro y con un acto de valentía saqué poco a poco la cabeza hasta la altura de la nariz, para comprobar que pasaba a mí alrededor; de nuevo se iluminó la habitación y sin pensarlo dos veces volví a introducir la cabeza en mi refugio. ¡Dios mío! Cuanto miedo tenía, no me atrevía llamar a mi madre, porque seguro que se enfadaría. Era ya muy tarde y debía de estar durmiendo desde hacía horas, pero aquel miedo me calaba los huesos y mi cuerpo titiritaba; notaba como mi piel se tornaba tensa y los débiles vellos se erizaban. Como tenía tanta imaginación, creía ver figuras en la pared, las cuales se movían. Cerraba con fuerzas los ojos, pero la intensidad del miedo cada vez era mayor; ya no podía más, salté de la cama y me dirigí al dormitorio de mi s padres, zarandeé a mi madre y le dije que en mi habitación había una sombra de un hombre; mi madre me dijo que no había nadie, pero le insistí tanto que se levantó, me cogió de la mano y se dirigió conmigo al cuarto contiguo donde estaba mi habitación.

Yo estaba muy asustado, y más cuando pude comprobar aquella sombra, ¡ven mamá como ahí hay un hombre! –le dije-. Ella se echó a reír, encendió la luz y me dijo: ¿a ver, dónde está ese hombre? Yo me quedé un poco aturdido porque cuando la luz se encendió, comprobé que aquella sombra que me asustaba tanto era el abrigo de mi hermano que estaba colgado detrás de la puerta, y su sombra en la pared reflejaba la figura de un hombre. Me quedé perplejo y un poco desilusionado, o mejor diría avergonzado, menos mal que fue mi madre, la que descubrió mi miedo absurdo en un encender y apagar la luz. Le pedí que no dijera nada a nadie, y ella me prometió que no lo haría. Sin embargo, mi madre al ver mi carita de niño asustado y desilusionado a la vez, me abrazó, me dio un beso y me dijo al oído:

-Has visto como el miedo sólo está en nuestra mente, es nuestra cabeza la que inventa el miedo. Hijo, ¿qué te puede pasar estando tu padre y yo en casa? Nosotros somos los guardianes tuyo y de tus hermanos, no tengas miedo, vete a la cama, cierra los ojos, reza y verás cómo los angelitos bajaran del cielo y guardaran tus sueños.


Le hice caso a mi madre, me zambullí de nuevo en mi cama, sin taparme la cabeza debajo de las sábanas y con un gesto de valentía me santigüé, recé un “Padre Nuestro”, y con mi imaginación característica en aquellos días, sentí a los “angelitos” alrededor de mi cama; así quedé inmerso en un dulce y placentero sueño.


Final de la 7ª parte


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