viernes, 18 de enero de 2013

Las cuatro estaciones - 10ª parte - Primavera (1ª parte) - El mes de María - Domingo de Ramos.




LAS CUATRO ESTACIONES

10ª parte



XIV

Primavera (1ª parte)

Pero también, mi infancia era el día de la primavera, porqué los días se volvían más largos, y todo era invadido por el olor a romero, las flores silvestres que decoraban el paisaje y que la lluvia había perlado graciosamente sus pétalos, la deliciosa tierra mojada tras la tormenta, o un gigantesco arco iris pintado en el lejano horizonte. La fresca fragancia y los sonidos animados de la primavera se sentían en el aire. La verde hierba estaba ahora más verde, más limpia, más jugosa. Daban ganas de acariciarla. Está claro que el mal tiempo, aunque fuera referido al frío, ya había pasado.

Ahora ya solo nos quedaba lidiar con las inclemencias del tiempo más lluviosas, que una primavera sin estar pasado por agua no es primavera. La cálida lluvia de primavera me llenaba de esperanzas. Levanto mi cara hasta el cielo mientras dejo que mi rostro se salpique de amables gotitas primaverales. Se acercaba la primavera y con ella la floración de los árboles.

La palabra Primavera es sinónimo de vida, juventud, sol, aire y con todo lo que tiene colorido; esto se debe sobre todo por la abundancia de flores multicolores que hay durante los meses que abarca ésta estación del año. Se identifica con el tiempo en que una cosas ésta en su mayor vigor, hermosura y frescura.

Como es la estación que sigue al invierno, la primavera representa un cambio del clima que se refleja en las plantas, porque aparecen numerosas flores vistiendo alegres y llamativos colores acompañados de sugestivas fragancias.
En las personas podemos notar igualmente el reflejo de una estación colorida y alegre. Es como despertar de un largo sueño, todo se vuelve de color, el paisaje se  llena de flores.

Mayo florido y hermoso, mes de María Madre, de fiestas y jolgorio a la vez que se reza el rosario en  esta querida tierra, como   pincelada de devoción a las Vírgenes y patrones de los pueblos anclados en el la Península Ibérica.

Yo nací un día de Abril casi  cuando el calendario de ese mes estaba dando el último suspiro, no sé porque, me ha parecido la fecha de mi nacimiento envuelta en un embrujo especial.

Es curioso cómo los cambios de estaciones, o las estaciones en sí mismas, me transportan al pasado: ruidos, sabores, olores, situaciones, noches estrelladas, o el color rojizo con que el sol tiñe el cielo con cada ocaso, inevitablemente, ponen ante mí al niño pequeño que fui.

Es entonces, cuando siento la imperiosa necesidad de escribir, para dejar, así constancia, de que ese niño, por el que siento un gran cariño, y que hace años, existió, sigue viviendo dentro de mí.

Es cierto que la infancia marca. Sobre todo, a medida que nos vamos convirtiendo en adultos, se van haciendo más presentes los episodios que forman la película de nuestra primera etapa de vida.

Tal vez porque en ciertos momentos, necesitamos recurrir a nuestro archivo infantil para alegrar los difíciles trances, que a lo largo de nuestra existencia, a veces nos toca soportar; tal vez, porque necesitamos volver a ser niños para sentirnos seguros y a salvo de cualquier situación que nos pueda ocasionar algún daño, tal vez, porque nos apetece despertar al niño inquieto que guardamos en nuestro interior, para poder escudarnos en él, y cometer alguna travesura, o quizás, simplemente, porque por unos momentos queremos trasladarnos a aquellos maravillosos años, y hacernos la ilusión de que el tiempo se ha detenido.

Cuando me embarga la nostalgia, la tristeza  entra en mí ser como una ráfaga de viento  helado y se alberga en mi alma; no sé porque siempre evoco mi infancia, a aquellos días, a la protección de los brazos fuertes de mi padre, a los arrumacos de mi madre y a la complicidad de mis hermanos. Cuanto daría por volver aunque fuera un rato a aquella realidad, mimetizarme con aquellos recuerdos tan reales como mi existencia. Cuanto daría por tener la inocencia de un niño que abre los ojos al mundo, con sus cosas buenas y otras no tan buenas, a las ilusiones y desilusiones, al frío y al calor, a lo blanco y a lo negro. Cuanto daría por sentir, oír, tocar, saborear mis años pretéritos, ahora solo me conformo con la llama del recuerdo alumbrado mi alma.

Hoy, y con los recuerdos bullendo en mi cabeza, derramándose agitadamente y llegando a mi corazón como la lava de un volcán que acabara de entrar en explosión, quiero agradecer tantas cosas; quiero devolver mi amor en estas líneas a todas aquellas personas que han hecho posible que hoy con mi cabellera cana, anhele mi infancia; el cariño incondicional que me regalaron mis padres; las riñas con mis hermanos y sus desvelos protectores. Mayo del 2015 está dando sus últimas bocanadas, se muere irremediablemente hasta dentro de un nuevo nacimiento en el año próximo. Hoy quiero recordar los brazos protectores de mi padre, los arrumacos de mi madre hoy quiero recordar tantas, tantas cosas…



XV

Domingo de Ramos


El Domingo de Ramos marcaba y marca el principio de la Semana Santa. Antes de comenzar la misa, se bendecían los ramos y se iba en procesión partiendo de la Capilla por  parte del poblado. Recuerdo que algunos removían el montón de ramos buscando el más grande y bonito. Sobre todo, las mujeres rivalizaban por conseguir el mejor. El ramo bendecido era llevado a casa para ser colocado en un lugar de honor y se mantenía a lo largo de todo el año.

El poblado olía a Semana Santa, se acercaba el día señalado, donde todos los niños y niñas estrenábamos algo, me refiero al Domingo de Ramos; era el inicio de la primavera. Por aquellos días existía un dicho: “Domingo de Ramos, quien no estrene algo, se le caen las manos” y allí estaban nuestras madres, haciendo equilibrios económicos para poder comprar aquellos zapatos, calcetines, camisas… y el que podía, hasta estrenaba ese día muda nueva. Todos los de mi generación sabrá de lo que estoy hablando, algunos con más esfuerzos que otros, pero casi todos teníamos algo nuevo ese día; aunque fuera unos calcetines blancos. 

Mi madre nos vestía con sumo cuidado, su frase siempre era después de vestirnos: “hijos, tened cuidado y no os manchéis”. Aquellos ropas preciosas, a partir de aquel día; sería usado en todos los días especiales, tendría que durar hasta el año próximo, que de nuevo el ciclo del estreno se haría presente. Hoy sin embargo ha cambiado todo tanto, que las tradiciones han quedado relegadas, ya no hay que esperar a situaciones especiales para estrenar indumentaria;  hay tanta ropa en los armarios que incluso es difícil mantener el orden… ¡Son otros días, otros tiempos!

Una vez preparados mis hermanos y yo, mis padres también con sus mejores galas, salíamos de paseo a ver la procesión. Nos reuníamos todos los vecinos en la capilla y ya se olía a la flor de romero, se rezaba el rosario y todos salíamos en solemne procesión  por las pocas calles del poblado.

Nunca tuvimos mucha ropa, porque como crecíamos tan rápido, nuestros padres no cometían la estupidez de gastar dinero en prendas que se nos quedarían cortas en poco tiempo. Pero en mi familia, a mí me tocaba heredar las prendas que no habían sido destruidas  por mi hermano mayor.

Domingo de Ramos, Semana Santa, eran días muy solemnes, la Semana Santa, en los años 60, se vivía con un recogimiento espiritual que trascendía a todos y a todo… en las procesiones miraba a lo alto y pensaba en la inmensidad del cielo, y me sentía tan pequeño, tan pequeño como una gota de agua fría perdida en los océanos; pero aún me pierdo más cuando pienso en el tiempo, y me pregunto: ¿Qué es el tiempo realmente? Y se me antoja describirlo como horas, minutos y segundos encerrados en un reloj, y cuando sigo pensando en las horas pasadas, esas que quedaron ancladas en algún lugar, no me queda más que pensar que aquellos segundos de nuestras vidas, quedaron enmarcado en un viejo reloj, que casi en nuestro olvido quedó guardado en un rincón de la casa, o quizás en el bolsillo de un viejo abrigo, o tal vez en un antiguo cajón de un mueble ya en desuso.

Entonces cerraba los ojos y paseaba sobre mis nubes azules, y el espectáculo que presenciaba me maravillaba; el día estaba gris, el cielo se mostraba encapotado entre nubes blanquecinas. Éstas  corrían a la velocidad vertiginosa que les marcaba el viento, soplaba con gran furia, riñendo en su insolencia descarada todo lo que se le pusiera a tiro. Mi atrevimiento fue mayúsculo al desafiarlo, y una ráfaga violenta rozó el aparato volador; mi respiración se contuvo por un momento; el miedo me invadía, porque no soy de volar, prefiero tierra firme; pero si no hay más remedio, alguna que otra vez desafío la inseguridad y me embarco en la aventura.

Como he dicho anteriormente, el tiempo no acompañaba al paseo por el cielo; pero como de todo hay que sacar el lado bueno, miré a mi derecha, hacía arriba, y descubrí que entre dos grandes nubes azules, se abría un camino, y de él salían unos rayos plateados que se irradiaban en el mar, formando  unas figuras geométricas.  Desde la distancia mi imaginación quiso ver  la cara de un ser grandioso; me recordaba  la imagen que representaban a” Dios” en los libros de texto cuyo tema era la religión católica. Por un momento, solo por un momento sentí la inmensidad del cielo, del cielo que mis ascendientes me han enseñado con tanta devoción. En ese instante el miedo que sentía se disipó y me encontré en una comunión indescriptible con algo tan superior que envolvió mi alma. Al  momento, viaje por unos instantes a mi tierna infancia, y me encontré con mi madre;  ella,  con el empaque que la caracterizaba me  hablaba del” Dios Creador y de su  de su hijo Jesús”, y me acordé de la plegaria que me hacía decir todas las noches: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón, ¡tómalo, tómalo, tuyo es y mío no! Después cogía mi pequeña mano y guiándomela me santiguaba, terminando con un amén y un beso suyo en mi mejilla.

Mi madre, mujer piadosa gustaba de contarnos historias, que yo agradecía mucho, a mí me gustaba escucharla y nunca tenía bastante; siempre quería que me contará más y más. He de reconocer que  me han gustado siempre  los cuentos y leyendas, quizás de ahí venga mi afición a la lectura.



XVI
El mes de María

Mayo es el mes primaveral por excelencia, en el que se alternan los días soleados con los nublados pasajeros, comienza el calor por nuestra tierra. Es un mes que me trae bonitos y entrañables recuerdos.

Mayo es el mes de las flores, de la primavera. También, Mayo es el mes en el que todos recuerdan a su madre y las flores son el regalo más frecuente de los hijos para agasajar a quien les dio la vida. En mi niñez, el día de la madre igual que hoy en día tenía gran importancia, pero muy lejos del consumismo y bombardeo de anuncios a que nos someten los grandes almacenes. Entonces, como mucho a tu madre le regalabas algo sencillo normalmente hecho en el colegio y por supuesto mucho amor.

La primavera, era también el mes de María, rezábamos todas las tardes después del colegio, durante el mes de Mayo, el llamado “mes de las flores”, que se llama así, porque con la llegada del buen tiempo y tras las lluvias invernales, el campo y los jardines comienzan a cubrirse de un verde intenso y de los colores y aromas de las flores. Es el apogeo de la primavera. Desde la edad media se consagró el “mes de las flores” a la Virgen María para rendir culto a las virtudes y bellezas de la Madre de Dios.

En esas tardes de Mayo, los niños y niñas salíamos desde la escuela hasta la capilla directamente desde nuestra clase. Ordenadamente  formábamos dos gruesas  filas; una a la derecha y otra a la izquierda, y dejábamos un pasillo central.

La capilla estaba iluminada por completo. La Virgen del Carmen en el centro estaba radiante. Cuando la mirabas mucho tiempo seguido parecía que ella solo tenía ojos para ti. Por unos minutos te parecía que eras mejor.

Siempre recuerdo a mí madre, con el velo que entonces todas las mujeres llevaban sobre su cabeza para estar en la iglesia, cantando con devoción:

Venid y vamos todos
con flores a porfía,
con flores a María
que Madre nuestra es.
De nuevo aquí nos tienes
purísima doncella,
más que la luna bella,
postrados a tus pies.

Además, el mes de Mayo es el mes más hermoso del año escolar: comienza esa primavera un poco rara y tan propia de mi tierra, comienzan los vientos de vacaciones, el azul del cielo se hace más intenso, y sobre todo, en el ambiente espiritual flota un profundo ambiente de espiritualidad, es un mes de la Madre por excelencia, es el mes de María. Con entusiasmo cantábamos los niños al caer de la tarde: es el hermoso mes de María, mes de alegría, anuncio de paz....


También estaba muy arraigada, en aquellos años, la costumbre de tener  vírgenes y santos a los que se les tenia particular devoción metidos en unos armaritos de madera que abrían unas puertas delante de las que colocaban velas y que mantenían encendidas  por turnos en las distintas casas que las que lo solicitaban. Hacían novenas o cumplían alguna promesa. Y algunos que tenían su propia capilla y  no la movían nunca de casa recibían a vecinos o conocidos a rezar el rosario, o a poner alguna vela…

Final de la  10ª parte

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