sábado, 8 de noviembre de 2014

Las cuatro estaciones - 14ª parte -Verano (1ª parte) - Las vacaciones - El domingo.




LAS CUATRO ESTACIONES
 14ª parte



XX

VERANO (1ª parte)



Y luego, el infinito verano, con su soledad de chicharras insolentes, ecos de las desveladas y eternas siestas que definían una agonía calurosa, de los eternos partidos de futbol, de los baños en el río Júcar… La belleza del río estaba ahí, con las corrientes de agua empujadas por el viento, en diferentes tonalidades, según los vientos las agiten, dejando el cielo con rayos que pretendían colgarse de las nubes, cubriéndolas de tintes, de diferentes tonalidades, desde el rojo más intenso hasta el malva más suave y delicado. Con el cielo encendido de fuego, que poco a poco se va dulcificando hasta desaparecer...entre las brumas de la noche, con luna o sin ella.....

Recuerdo que los veranos eran eternos, como años en tan solo tres meses, con días iguales o parecidos, y a la vez únicos.

Aquel día me sentía triste, especialmente triste, me habían comunicado el ingreso para el próximo curso en el colegio interno de Cofrentes, colegio donde asistíamos los hijos de empleados de HE, para realizar el Bachillerato, me daba cuenta la importancia que tenía aquel hecho, porque era como si dejara a un lado la niñez, ahora era el momento de sentirme casi una jovencito, dejaría atrás mi querido colegio, no quería pensarlo para no entristecerme todavía más.
El verano trascurrió como cualquier verano, en el poblado y con mis amigos disfrutaba de cada minuto; hacía al medio día nos dirigíamos a nuestra pequeña playita en el río Jucar, le llamábamos él “balsón” y allí en los días de levante, era una de nuestras distracciones favoritas, yo creo que éramos casi especialistas en saltar aquella masa de agua que nos revolcaban, a veces, salíamos casi sin aliento, pero eso no importaba porque al instante volvíamos dispuestos a seguir con la diversión.

Después de comer, nos tocaba descansar y dormir la siesta, mi madre era inflexible, nunca nos dejaba salir a jugar o volver a al río, a mi ello me disgustaba, porque oía por mi ventana como otros niños corrían a darse el baño de la tarde, en esto sabía que tenía la batalla pérdida, así que no me quedaba otra que obedecer a mi madre. Una vez finalizado el tiempo de descanso, merendaba sentado en la mesa del comedor; un gran vaso de leche y un bocadillo. Cuando terminaba el último bocado, salía corriendo en busca de mis amigos para jugar a lo largo de la tarde.

Recuerdo aquellos veranos, como hacía mucho calor (no existía el aire acondicionado), las personas mayores se bajaban una silla y se sentaban en las aceras mientras nos vigilaban, (aunque no había ningún peligro pues no pasaban coches), las chicas jugaban a la comba y los chicos jugábamos al fútbol con chapas de botellas a las que les ponían fotos de futbolistas y hacían dos equipos. Sobre las doce de la noche que empezaba a refrescar, cada uno se subía a su casa.

A primeros de Septiembre mi madre empezaba a preparar la ropa para él colegio, zapatos pantalones, camisas… todo con el nombre de cada uno, ya se sabe, en el colegio interno era la única manera de controlar la ropa.

Se acababa los baños en él río, la piscina, las tardes interminables de juegos, los paseos y las carreras con bici, el balancearse horas en la hamaca, recostarse en el sofá deleitándote con tu tebeo favorito, las aventuras y los sueños de cara al invierno... Se acababa agosto y llegaba septiembre y su desganada rutina. Pero quedaban los maravillosos recuerdos de un verano intenso. ¿Quién no tiene un recuerdo nostálgico y entrañable de sus veranos.


Ahora puedo mirar y sentir todo esto, pero entonces con 7 años, no lo veía conscientemente, pero lo sentía en mis sentidos, con mis ojos, sin saberlo explicar con palabras. Con todos los poros de mi piel sentía el calor del sol. Giraba la cabeza y sabía escuchar el viento según entraba en mis oídos, produciendo un ruido u otro, oler el olor a río, de las cañas secándose al sol.


XXI

Las vacaciones


Los recuerdos del verano están aún frescos en mi memoria y en mi piel y quisiera conservarlos durante largo tiempo para que me ayuden a enfrentarme de nuevo al torbellino del trabajo, al ruido de la ciudad y al aire cargado de humos. En mi memoria, para recrearlos y revivir los intensos momentos de paz y sosiego gozados en mitad de la naturaleza. En mi piel, para evocar los largos días soleados al borde de la piscina, del río….los baños interminables, las largas tardes comiendo frutas, disfrutando de innumerables juegos sin prisa, el dejar correr las horas…


"Mi hermana Tere, después de bañarse en el río"

Las vacaciones en el Salto de Millares en 1960 diferían mucho de las de ahora, pues los trabajos de los padres, sin vehículos, las carreteras, la falta de los medios económicos…, no se podían planificar ni realizar, por lo que aprovechábamos al máximo el tiempo y las condiciones de la naturaleza, que eran muchas. Por tanto, como no podía ser de otra forma, las pasábamos en el Salto de Millares, levantarme mas tarde por la mañana, baños en la piscina o en el río, partidos de fútbol y muchos juegos en la calle….



"Nuestra piscina"


Aprendí a nadar en la piscina, a lo bravo, por una mala experiencia en el río, tenía bastante miedo al agua, un día estaba de pié al borde de la piscina y mi hermano y creo que Emilio Jimenez me lanzaron al agua sin previo aviso, visto que nadie tenía ninguna intención de ayudarme salí como pude, nadando como los perros, pero al fin y al cabo nadando.


"Con mi hermano, bañándonos en el río"


A pesar de todo, como no teníamos modelos de vacaciones con los que comparar las nuestras, nos conformábamos con lo que teníamos (claro que no quedaba otro remedio); pero a pesar de todo creo que lo pasábamos muy bien pues teníamos mas iniciativa e inventiva que los de ahora. Nos fabricábamos nuestros propios juguetes e inventábamos juegos que los jóvenes actuales no hacen "porque lo tienen todo hecho”.
Era la época que podíamos jugar hasta altas horas de la noche, jugábamos al escondite, policías y ladrones….o nos sentábamos al fresco a contar historias, era cuando disfrutábamos de verdad de la calle.
Era aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico..."Pito, pito gorgorito, dónde vas tú tan bonito, a la verdadera...pim, pam, pum, fuera”.
Se podían detener las cosas cuando se complicaban, con un simple..."No ha valido".
Los errores se arreglaban diciendo simplemente..."Empezamos otra vez"….
Tener mucho dinero solo significaba poder comprar más cosas, como mucho, aquellos chicles "Bazooka", que compartía con mis hermanos.




En los juegos, siempre había una forma de salvar a los amigos...bastaba con un grito de…¡ "Por mí, por todos mis compañeros y por mí, primero"!
Siempre descubrías tus más ocultas habilidades a causa de un ¿"A que no haces esto?".
Nunca había nada más lindo que jugar con fuego, a pesar de que algún mayor (los de 12 años ya lo eran) te dijera: "Te vas a hacer pis en la cama".

¡Tonto el último"!, era el grito que nos hacía correr como locos...hasta que sentíamos que el corazón se nos salía del pecho. Policías y ladrones era solo un juego para esas tardes mágicas, y por supuesto era mucho más divertido ser ladrón que policía.


Los hermanos mayores, eran el peor de los tormentos, pero también los más fieles y feroces protectores.

“Guerra” solo significaba arrojarse tizas y bolas de papel durante las horas libres en clase...

Una rebanada de pan untada con vino, constituía uno de los alimentos básicos y esenciales.


Hacer una montaña de arena, podía mantenernos felizmente ocupados durante toda una tarde...

Las reglas no importaban demasiado, se iban creando en el discurrir del juego, aunque algunos discurrían más velozmente y esos imponían las reglas, ya iban tomando forma para el futuro.

Tu bicicleta se trasformaba en una poderosa "súper-moto" con solo poner unos cartones pintados alrededor de su cuadro, o chapitas destellantes entre los radios de las ruedas. Quitarles las dos ruedecillas pequeñas significaba un gran paso en tu madurez. Bueno, eso quien tuviera bici.

Siempre aparecía algún mayor que te los cambiaba a 10 x 1, dejándote contento para una semana...claro que tú no sabías que ese cromo tuyo era el más difícil de conseguir del álbum, que si no...


La rama de un árbol era la más moderna, poderosa y eficiente arma que jamás se había inventado...

Jugábamos a las carreras de chapas, emulando a nuestro ídolo Bahamontes y todos queríamos ser ciclistas de mayores.


Era un gran tesoro si encontrabas trozos de escayola entre las piedras y poder dibujar en el suelo y jugar...


Ponerte el 'babi' del cole a modo de capa mientras subidos en cualquier escalón deseabas con todas tus fuerzas poder volar...

Todas estas simples cosas nos hacían felices, no necesitábamos nada más que un balón, una comba y dos amigos con los que hacer el ganso durante todo el día... y precisamente, amigos nunca faltaban.
En el cemento, una fuente de granito, vertía un gran chorro de agua. Lo recuerdo muy entrañablemente porqué era donde acudíamos a refrescarnos en estos días de calor cuando jugábamos cerca de casa y no queríamos entrar por si nuestros padres ya no nos dejaban salir. También, en verano podía acompañar a mi madre al lavadero, ese lugar que señalo lo aprovechaban las mujeres para lavar la ropa, que luego tendían al sol sujetando unas cuerdas a las higueras.
"Tere, yo y Ana Mari, junto al rio Júcar"
Él domingo, día festivo para mi padre, nos íbamos a pasar el día, siguiendo el cauce del río Júcar, dirección contraria a la central eléctrica. Acampábamos en un recodo del río donde había arena parecida a la de la playa, rodeados de juncos y cañares. Llevábamos ensaladilla rusa para comer y mi padre dejaba una sandía dentro del agua para que se refrescara. Jugábamos al fútbol y con mis hermanas a la comba, lo pasábamos bien, nos gustaba y agradecíamos por no ser algo que habitualmente podíamos hacer.
Así transcurría el verano y las vacaciones, con tranquilidad, amigos, baños y muchos juegos.


XXII
El domingo

¿Cómo eran los domingos?, nos levantábamos pronto para bañarnos en aquellos barreños metálicos, las duchas y bañeras aun estaban por llegar, nos vestíamos con la ropa de los días de fiesta, en mi caso ropa heredada de mi hermano y nos íbamos a preparar la capilla para la misa. Nos encargábamos de tocar la campana, a eso de las 9 de la mañana y los utensilios que el sacerdote iba a necesitar.

Era muy habitual que durante toda la semana llevases la misma ropa y que al llegar el domingo, te cambiaras y tu pusieras de fiesta. Bueno si te manchabas en el colegio o en los recreos, y llegabas a casa sucio, siempre había una regañina y algo "de repuesto" te ponías. 




Don Antonio llegaba con su Lambretta desde Millares y a las 9,30 se celebraba la misa, pues tenía que regresar al pueblo para poderla celebrarla allí.

Mi hermano y los chicos de su edad ayudaban en la misa y cuando marcharon al colegio interno me tuve que encargar yo, debía de tener nueve o diez años. Era las misas en Latín, me la sabía entera, de memoria, se celebraba de espalda, en la consagración se tocaba la campanilla…. También me encargaba de repartir el “Aleluya”, era la hoja parroquial, se entregaba casa por casa y cada vecino entregaba voluntariamente una limosna. A Don Antonio le debía entregar aprox. seis pesetas y resto me lo entregaba a mí, para que luego digan que todos los curas son unos peseteros, siempre me tocaba un par de pesetas que me permitía pasar unos fantásticos domingos comprándome un chicle Bazoka y alguna bolsa de pipas o de cacaos, que desde luego compartía con mis hermanos.




Una vez al año se celebraba en Domingo el día del Domund, los niños salíamos a pedir por la casas con huchas, con el fin de recaudar fondos para las Obras Misionales Pontificias. Íbamos ilusionados porque pensábamos que con lo recaudado los niños de África podrían vivir algo mejor.






Final de la 14ª parte

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